Corazones putas


Venía arrastrando el alma desde hacía algún tiempo, me costaba separar los pies del suelo al caminar y las penas me encorvaban cada vez más, sólo las piernas me mantenían en pié.
No recuerdo bien en que momento tomé conocimiento del lugar en el que estaba; es raro que cada vez que me siento mal termino en el centro de la ciudad, cerca de esas oficinas dormidas, que durante el día me torturan, y de esos prostíbulos en plena actividad, donde muchos buscan lo que no consiguen y otros encuentran lo que no buscan.
Parada en una esquina la ví, tenía las piernas más hermosas que jamás había visto, envueltas en un par de medias negras de liga, las que asomaban por debajo de una pequeña, muy pequeña pollera, que escasamente le cubría el sexo. Su torso estaba apenas tapado por una chaqueta negra, levemente abierta a la altura de sus senos, su cuello era fino y alargado y te invitaba a cubrirlo de besos; su cara desbordaba de misterios y sensualidad.
Me paré frente a ella, por un instante olvidé todo mi pesar, y quedé hipnotizado ante su belleza, la luz de esa mujer me encandiló la mirada y el corazón. Intenté inútilmente arrancarle a mi garganta algún sonido, moví la boca para darle forma a las palabras que sólo fueron silencios.
Casi instantáneamente ella se percató de mi confusión, aunque ahora creo que ese no era el sentimiento que atravesaba mi mente y mi pecho, y sin dejar que yo pronunciara palabra me miró tiernamente (en ese momento el alma me calentó el cuerpo) y me dijo: “Me hubiese gustado ayudarte, pero no vendo mi amor”.
Lentamente se alejó y a mi que se me habían secado los ojos de tanto llorar, me rodó una lágrima por el corazón, no por mí, sino por esa mujer que no vende su amor.


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